Publicado: 22/04/2022
La primera aviadora cubana se llamó Berta Moraleda, una joven quien con solo l8 años navegó en 1930 por nuestros cielos. Piloteó un biplano Fledgeling y había sido entrenada por France Harrell, una de las pocas mujeres que en el mundo poseía licencia para conducir naves aéreas. El inusitado acontecimiento fue ampliamente divulgado por la prensa de la época. Se trataba de una empleada de la Pan American Airways en la capital cubana, quien fue cesanteada en su empleo a fin de favorecer a una norteamericana, que dicho sea de paso no solo era desconocedora de los asuntos de oficina, sino que hablaba muy mal el español.
La criolla relató a Alcides Iznaga, en la revista Bohemia, pormenores de su intrépida aventura.
“Yo era el sostén de la casa, mi padre, Guillermo Moraleda, era tipógrafo. De ideología marxista y amigo de Alfredo López con quien estuvo incomunicado…Mi cesantía fue un golpe duro para mí (…) y pensé en la aviación, en la posibilidad de dedicarme a esa actividad, donde no tendría que temer por mi empleo, una vez conseguido.
Según contara al periodista decidió matricularse en la Compañía de Aviación Curtiss, que tenía una escuela en el Aeropuerto de Rancho Boyero, más a esa decisión encontró dos poderosos obstáculos; el primero la negativa paterna y el segundo su situación económica. Imagínense el curso costaba ¡dos mil quinientos pasos!
Vencida la oposición del padre no dudó en solicitar una reunión con Alfredo Hornedo, a la sazón propietario del periódico Excelsior El País, quien curioso aceptó el encuentro.
Tal vez, la conversación luego de los saludos, se desenvolvió más o menos así:
Señor Hornedo: intento pasar un curso de aviación en la compañía Curtiss, pero no poseo el dinero necesario para realizarlo. Quisiera solicitarle esa suma que luego le devolvería cuando ya graduada trabaje para su publicación. ¿De qué manera, pensará usted? Pues muy fácil: yo pilotearía un avión para llevar las matrices a Santa Clara, donde se haría la impresión de los ejemplares que harían la conexión con el tren vespertino, lo que facilitaría su llegaba a Camagüey y Oriente mucho antes que el Heraldo de Cuba.
Intuyó Hornedo, hombre de negocios, que sería un golpe para su rival El Heraldo de Cuba y financió la beca.
Pudo Berta graduarse con honores después de completar las 50 horas de vuelo, pero el dictador Machado prohibió los vuelos sobre la capital a fin de evitar los ataques a su gobierno. No obstante la Moraleda logró un permiso para realizar entrenamientos e incluso distintas acrobacias y aterrizajes de precisión.
Con el paso del tiempo abandonó esa actividad aérea y, por sus conocimientos del idioma inglés, se convirtió en secretaria del presidente de una compañía norteamericana.
La Moraleda, quien llegó a acumular más de 200 horas como aviadora se casó con el famoso profesor de Fisiología Eduardo Sabas Alomá, con quien tuvo dos hijos. En sus años de retiro concedió varias entrevistas a periodistas interesados en conocer su hazaña, que ella recordaba con nostalgia.
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